El bloguero de la megablógolis

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lunes, 30 de julio de 2007

Consulta charlatana

Me parece que la consulta pública es un instrumento muy fuerte para lograr que la sociedad se involucre en el apoyo o rechazo a algún proyecto público. Pero la consulta pública sin un proceso de debate social sólido, sin una discusión sobre cada una de las preguntas y sin un acuerdo de las partes respeto a la redacción y alcance de las propias preguntas, no sirve para nada. En el ejercicio de la "Consulta Verde" del 29 de julio, la sociedad no discutió nada, no se enriqueció de nada, no sirvió para absolutamente nada. Las respuestas triunfantes eran, por lo general, muy obvias; en algunos casos nada tenían que ver con lo que es una consulta pública, pues el trazo de una línea del metro debe ser realizado mediante una metodología distinta a la de una consulta pública. Un gobierno tiene facultades que no puede ignorar, que tienen que ver con la toma de decisiones derivada de la información de que dispone. Ciertamente se puede consultar si la sociead prefiere impulsar más el desarrollo de vialidades o el desarrollo del transporte, que no fue así ninguna pregunta, pero en todo caso la respuesta es de perogrullo, el transporte será la respuesta más lógica, salvo para la minoría que conduce su auto todos los días. Pero si las preguntas son definidas en función de un sacrificio para los habitantes, a cambio de un beneficio mayor, entonces vale la pena la consulta pública.
¿Por qué no se aceptó que, luego de la recolección de firmas, hubiera un referéndum en torno al aborto? Pues porque las opiniones estaban bastante equilibradas y quién sabe quién hubiera ganado, a no ser que como sosteníamos algunos, la información era tan desequilibrada que la población no externó en ninguna encuesta su verdadera opinión, y eventualmente la población sí apoyaba las causales que ya estaban legalizadas, y no apoyaba las que recién se legalizaron. E incluso, como sostuvieron algunos pro-legalización, "que era un asunto sólo de las mujeres", hubiera sido válido poner a discusión los dos extremos: 1. ¿Es discutible el aborto? 2. ¿Debe ser el aborto un derecho?
De la misma manera, en el dilema que planteo entre el transporte y la vialidad, la pregunta que yo propongo debe ser, quizá con una redacción hecha en "Lenguaje Ciudadano": ¿Está usted de acuerdo en que algunos espacios viales sean cedidos al transporte de pasajeros?
Otras preguntas que me parecen relevantes tienen que ver con cobros adicionales en la gasolina para financiar mejoras en el sistema de transporte, el cierre de calles del Centro Histórico, la regulación de las manifestaciones, las expropiaciones masivas para recuperar áreas verdes, entre otras.
Lo que vivió recién esta ciudad fue el reflejo de una muy baja cultura democrática, justo de quienes hoy cacarean una supuesta consulta que no fue más que una estrategia publicitaria.
El día de mañana. Cuando esta ciudad tenga un gobierno democrático. Habrá que realizar un gran referéndum. Con preguntas serias y en las que se involucren todos los actores políticos, dando pie a que la sociedad discuta y debata lo verdaderamente importante y trascendente, no lo que ya estaba dedicido desde mucho antes de la realización de la consulta charlatana.

jueves, 26 de julio de 2007

Torre Ataúd


¿Qué opinan de esta imagen? La torre ataúd en medio de un bosque. Conmemora 200 años de ilegalidad en este país. Las leyes se adaptan al mejor postor:
-De un uso de suelo que permite 3 niveles pasamos a una torre de 70 pisos
-Construimos un estacionamiento subterráneo debajo de un área natural protegida, la más simbólica de la ciudad, Chapultepec
-Tiramos un inmueble catalogado como artístico por Bellas Artes
De paso interferimos en las rutas de acercamiento de los aviones
Quienes me conocen saben que no sólo estoy a favor de los rascacielos, sino que incluso todas las grandes obras son mi pasión. Seguí la construcción de la Torre Mayor paso a paso. Un día estaba en la torre de Pemex y le dije a alguien (y aún se acuerda):
-Esta mañana entraste al edificio más alto de México y saliste del segundo edificio más alto de México.
De acuerdo con mis estimaciones ese día la obra de la Torre Mayor superó los 214 metros y ya sólo le faltaba terminar ese piso y construir los últimos dos, para concluir con sus 225 metros.
Todavía hoy la Torre Mayor es el edificio más alto de América Latina, pero en 2009 la rebasarán tres edificios en Panamá: Pearl Tower, Torre Vitri y la Torre Trump (ver imagen), a los que se sumará de manera engañosa, por la punta en su estructura, Faros del Panamá, con 346 metros, en 2010. Por tanto Torre Ataúd nunca será el edificio más alto de América Latina o de Hispanoamérica. Pero aún así se tiene el caprichito de mostrarla para entonces.

Por tanto, puedo concluir que estoy a favor de que se construyan rascacielos, siempre que se minimicen los impactos, sociales, urbanos, ambientales, viales, etc. Que puedo entender que no todos los rascacielos me gusten, como no me gusta la Torre Ataúd, pero que no por eso dejen de construirse. Pero lo que no puedo tolerar es que por intereses económicos, se construya una torre, que no estará lista para el Bicentenario por cierto, en un lugar que no fue previsto para ello, sólo para acrecentar el valor de la torre.

jueves, 19 de julio de 2007

El cuento de nunca acabar

Una megalópolis crece y crece sin control, a no ser que establezca algún sistema de precios (no necesariamente monetarios). La expansión urbana va imponiendo costos a sus habitantes y estos terminan compensando una cosa por otra: a menudo los salarios y la oferta de bienes de las megalópolis son en promedio más altos que los de ciudades de menor tamaño y mejor calidad de vida, y entonces el costo que pagan es mayores tiempos de traslado, tráfico, inseguridad así como bienes más caros (vivienda, estacionamiento, agua, etc.).
A veces en las grandes megalópolis se van dando una serie de distorsiones, más aún cuando so pretexto de proteger a clases desfavorecidas, se impide que los servicios públicos se den a precios reales. Esto provoca el efecto inverso de lo que pretende. Compensando un supuesto abaratamiento de estos servicios (agua, transporte, basura, etc.), o éstos no se ofrecen a los demandantes más pobres, o se ofrecen en condiciones de precio superior, cantidad y calidad inferiores que a los ciudadanos más ricos, lo que perpetúa la inequidad.
En el esfuerzo de la megalópolis mexicana, la llamada Zona Metropolitana del Valle de México, por ayudar a los pobres, el transporte subsidiado llega sólo a una minoría de la población (2.5 de los casi 20 millones), y los más pobres terminan pagando un transporte ineficiente. El agua subsidiada llega eventualmente a todos, pero no siempre y no transparente, y se desecha sin mayor tratamiento que el que da la sedimentación de los compuestos orgánicos en un camino de decenas de kilómetros.
El predial de las colonias populares se actualiza a un ritmo menor que la inflación, para no afectar el poder adquisitivo de los que menos tienen, pero en realidad desecha la oportunidad de valorizar las propiedades y fomentar un mejor apalancamiento que capitalice a quienes menos tienen.
La solución única, si algo se quiere solucionar, es caminar a un esquema que mejore la calidad de vida de todos los habitantes de la ciudad y la situación económica de quienes menos tienen. Pensar las soluciones en términos de quienes ganan salario mínimo significa perpetuarles como ganadores de ese salario mínimo, es tener una visión limitada respecto al futuro de la ciudad. El salario mínimo crecerá a lo mucho un punto porcentual al año, en términos reales, durante los próximos 20 años, en los que ni siquiera podrá duplicarse. La base para mejorar el poder adquisitivo no podrá ser el incremento en el salario mínimo (ni en la indexación de los servicios al salario mínimo). Pensarlo así implicará ligar todos los incrementos a la inflación, y esto tampoco podrá potenciar la expansión de las finanzas públicas de la Megalópolis de México.
Independientemente de que la estrategia económica deberá centrar sus esfuerzos en que el salario más bajo que se pague en esta capital no sea el salario mínimo, sino uno que realmente satisfaga las necesidades mínimas de los asalariados, es tanto o más importante que el costo de la vida no esté sujeto a distorsiones, para que el agua esté disponible para todos; el transporte sea seguro, cómodo, rápido, eficiente; nadie pierda sus pertenencias por inundaciones; la infraestructura crezca por delante de las necesidades; existan barreras económicas de entrada que eviten la migración del campo a la ciudad, y por tanto la expansión sin límite; la superficie de áreas verdes por habitante crezca año con año; quienes contaminen compensen a la sociedad por los impactos totales de sus acciones (y por supuesto esto incluye a los consumidores cotidianos de la gasolina, por todas sus emisiones, sin omitir el Bióxido de Carbono, como hasta ahora) y la calidad de vida mejore de manera consistente.
Si no tomamos hoy las decisiones más difíciles, cada vez será más complicado que esta megalópolis tenga rumbo. Si estas decisiones se hubieran tomado hace 40 años, hace 30 años, hace 20, hace 10, siempre habría sido más fácil instrumentarlas que lo que hoy será.
Acabemos con este cuento de nunca acabar.
Roberto Remes Tello de Meneses

lunes, 9 de julio de 2007

El gran mérito

México se está moviendo como péndulo entre las tendencias autoritarias y liberales, cupulares y ciudadanas, corruptas y honestas.
Pocos años antes del movimiento estudiantil del 68 enfrentamos movimientos magisteriales, ferrocarrileros, de médicos y enfermeras. En todos los casos hubo algún grado de represión … pero quizá también de excesos. El movimiento estudiantil del 68 no estuvo ajeno a esos excesos. Mientras hubo demandas legítimas, en cualquiera de los movimientos mencionados, a la par hubo estrategias ocultas orientadas a la desestabilización del poder, a la promoción de movimientos clandestinos y a la cooptación de huestes.
No me refiero al simple argumento pro-represión con el que se justificó la matanza del 68, es decir, que el movimiento estudiantil formaba parte de un movimiento orientado a desestabilizar al gobierno constitucional y a convertir en un caos las olimpiadas. Sin duda hubo quienes vieron en el movimiento una oportunidad para tal desestabilización. Me refiero a lo opuesto. La vocación autoritaria del régimen justificó la represión minimizando la autoridad de un movimiento legítimo.
Sin embargo, también enfrentamos a partir del 68 una exigencia creciente por libertades y concesiones democráticas que poco a poco se fueron traduciendo en un sistema electoral y de partidos con concesiones inexistentes en países más democráticos, y un ejercicio de las libertades que no tuvo límites en algunos momentos.
Si bien esto se vio interrumpido por la represión del 10 de junio de 1971, por otras prácticas represivas durante el sexenio de Luís Echeverría y con el desmantelamiento de la guerrilla, a partir de 1968 se consagraron ciertos valores democráticos que han hecho del uso de la policía en manifestaciones sociales, un sinónimo de brutal represión, y sin la posibilidad de acotar límites al derecho de manifestación, superponiéndolo, por ejemplo, al del libre tránsito.
El sistema pagó con libertades su resistencia a abrirse. Primero con la representación proporcional en la Cámara de Diputados, luego con Senadurías, después con Gubernaturas, luego con la ciudadanización del Instituto Federal Electoral y finalmente, cuando el PRI perdió la Presidencia, el Estado había perdido los límites en la libertad de expresión.
La libertad de expresión no tiene más límites que los derechos de terceros, pero los derechos de terceros nunca son defendidos en nuestro Estado y la libertad de expresión dejó de tener límites.
El problema es que lo que se hizo una vez de manera heroica (digamos interrumpir el informe del Presidente), después pierde su peso histórico y se vuelve una simple rebelión de los rebeldes (casi) sin causa. Bloquear una calle tiene su mérito cuando nadie lo hace, pero bloquear la avenida más simbólica de la capital mexicana tiene el efecto inverso, y bloquear calles todos los días sólo genera repudio y ninguna ganancia política. Desnudarse como medida de protesta es útil una sola vez, después es bochornoso.
Cuando las protestas se vuelven el símbolo de lo indeseable no sólo pierden su eficacia, sino que además generan el efecto opuesto al que desean. Lo que antes podía remover a un funcionario, ahora lo refuerza. Lo perverso se esconde detrás de lo justo porque en el abuso del derecho de manifestación, o sea la resistencia civil a veces sin razón, hay quienes se manifiestan contra lo justo; y acciones injustas, inmorales o ilegales, pasan desapercibidas porque la sociedad termina por ignorar, y repudiar, cualquier manifestación sin importar sus causas ni sus fines.
Los manifestantes más radicales han obtenido lo opuesto de lo que buscaban y gracias a ellos, la sociedad se mueve hacia un estado más autoritario, corrupto, inmoral y vertical en las decisiones.

Roberto Remes Tello de Meneses

miércoles, 4 de julio de 2007

Los pilares de una transformación del Distrito Federal

Parece que la transformación de algunas ciudades latinoamericanas inició en dos ciudades brasileñas: Curitiba y Brasilia. El primer caso es por demás sorprendente, una ciudad muy europea, con decenas de edificios de cien metros de altura, una red de transporte muy eficiente y aún sin trenes subterráneos: el paraíso de las clases medias. El segundo es un caso demasiado caro, un lujo que nadie recomendaría a ningún país: una ciudad hecha a la medida, costosa pero con gran calidad de vida.
Los esfuerzos por tener ciudades sustentables en el tercer mundo llegan a Sao Paulo, a Buenos Aires y a otras megalópolis latinoamericanas. Bogotá se convierte en el ejemplo más destacado, al haber sido una ciudad afectada por los problemas de Colombia como el narcotráfico, la guerrilla, el terrorismo y el desorden. No de la noche a la mañana, pero sí con decisiones fuertes, Bogotá se ha transformado, para sorpresa de los propios bogotanos, en una ciudad sustentable.
Cientos de manzanas han sido expropiadas, para dar lugar a nuevos espacios públicos, parques, corredores de autobuses confinados, calles peatonales, etc. Otros espacios han sido rescatados y se han creado tranquilos pero concurridos centros de convivencia.
Sin analizar qué hicieron las ciudades mencionadas, y en particular Bogotá, me atrevo a adelantar en este artículo lo que me parece deberán ser los pilares de una transformación similar a la alcanzada por ellas, para la Ciudad de México. Estos pilares corresponden particularmente a las debilidades y amenazas que caracterizan a la capital mexicana, incluyendo la zona conurbada.
Problemas esenciales:
1. El conflicto político no deviene en soluciones completas, ni la política está sirviendo para transformar la vida de los capitalinos
2. Los recursos son limitados y las necesidades infinitas
3. Hay una tendencia natural al desorden: donde hay un ambulante mañana habrá cada vez más, donde hay un auto sobre la banqueta, mañana habrá el triple, donde hay un diablito mañana habrá una telaraña; esto en esencia representa la inexistencia del ciudadano, como concepto de individuo con derechos, obligaciones y un sistema elemental de convivencia con su entorno.
4. Las políticas incrementales son exhibidas como las grandes transformaciones, y combatidas por sus críticos con tal resistencia que inhiben las verdaderas transformaciones.
5. La distancia entre el hogar y el trabajo ha perdido toda proporción lógica y ha hecho de “el trayecto”, una de las esferas más importantes de la vida; los días de trabajo sólo son para trasladarse, trabajar, trasladarse y descansar; los días de descanso son también para trasladarse hacia mercados, centros comerciales, centrales camioneras y carreteras congestionados.
6. Los espacios verdes son desplazados por los grises

Un gobierno que realmente transforme la ciudad deberá:
1. Redefinir la política local hacia la solución de los problemas de los ciudadanos, identificando áreas susceptibles de profesionalizar, inventariando las soluciones demandadas, armonizando en las demarcaciones el dilema entre poder delegado y poder emanado con un sistema de pagos entre el poder central y las delegaciones que premie la pronta atención.
2. Establecer un sistema fiscal mucho más agresivo en favor de la ciudad que en el largo plazo quintuplique, en términos reales, el presupuesto por ciudadano en el Distrito Federal y lo iguale en la zona conurbada.
3. Fijar reglas básicas de convivencia entre los habitantes de la ciudad, definiendo prioridades, y una ruta paso a paso, para la recuperación de conceptos cívicos que prevalecen en otras ciudades del país; desde luego que esto incluye una mejor relación autoridad–ciudadano, en todos los puntos en los que ambos se encuentran.
4. Definir los grandes cambios que requiere la ciudad para su transformación; establecer consensos, eventualmente a través de la figura del referéndum; y fijar etapas en las que se dé la transformación independientemente de quiénes estén al frente del Distrito Federal, el Estado de México y los municipios conurbados.
5. Enfocar los esfuerzos prácticos en dos direcciones: la generación de empleo en los municipios y delegaciones eminentemente habitacionales para reducir traslados; y la articulación de redes de transporte que establezcan límites de tiempo para el traslado desde la periferia hacia el centro, y de extremo a extremo de la metrópoli.
6. Recuperar espacios verdes mediante expropiaciones sucesivas en los límites de la ciudad, así como en núcleos regionales en donde más se carezca de ellos.

Temas como la educación, la salud, el desarrollo social, son sin duda importantes, pero ninguno capaz de transformar la vida de los capitalinos, ni siquiera de los más pobres, si no están acompañadas de estos dos elementos: empleo y traslados breves.
Nada de lo que han hecho los últimos gobernantes de la capital, aún suponiendo que continuaran por décadas, nos llevaría a la transformación de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, por una razón muy simple: esta ciudad nunca ha tenido un proyecto propio, que construya su propia visión de ciudad, ciudadano, habitante, metrópoli, megalópolis y sobre todo “megalopolitante”, es decir, el habitante de las megalópolis, del que hablaremos en otra ocasión.
Roberto Remes Tello de Meneses