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lunes, 9 de julio de 2007

El gran mérito

México se está moviendo como péndulo entre las tendencias autoritarias y liberales, cupulares y ciudadanas, corruptas y honestas.
Pocos años antes del movimiento estudiantil del 68 enfrentamos movimientos magisteriales, ferrocarrileros, de médicos y enfermeras. En todos los casos hubo algún grado de represión … pero quizá también de excesos. El movimiento estudiantil del 68 no estuvo ajeno a esos excesos. Mientras hubo demandas legítimas, en cualquiera de los movimientos mencionados, a la par hubo estrategias ocultas orientadas a la desestabilización del poder, a la promoción de movimientos clandestinos y a la cooptación de huestes.
No me refiero al simple argumento pro-represión con el que se justificó la matanza del 68, es decir, que el movimiento estudiantil formaba parte de un movimiento orientado a desestabilizar al gobierno constitucional y a convertir en un caos las olimpiadas. Sin duda hubo quienes vieron en el movimiento una oportunidad para tal desestabilización. Me refiero a lo opuesto. La vocación autoritaria del régimen justificó la represión minimizando la autoridad de un movimiento legítimo.
Sin embargo, también enfrentamos a partir del 68 una exigencia creciente por libertades y concesiones democráticas que poco a poco se fueron traduciendo en un sistema electoral y de partidos con concesiones inexistentes en países más democráticos, y un ejercicio de las libertades que no tuvo límites en algunos momentos.
Si bien esto se vio interrumpido por la represión del 10 de junio de 1971, por otras prácticas represivas durante el sexenio de Luís Echeverría y con el desmantelamiento de la guerrilla, a partir de 1968 se consagraron ciertos valores democráticos que han hecho del uso de la policía en manifestaciones sociales, un sinónimo de brutal represión, y sin la posibilidad de acotar límites al derecho de manifestación, superponiéndolo, por ejemplo, al del libre tránsito.
El sistema pagó con libertades su resistencia a abrirse. Primero con la representación proporcional en la Cámara de Diputados, luego con Senadurías, después con Gubernaturas, luego con la ciudadanización del Instituto Federal Electoral y finalmente, cuando el PRI perdió la Presidencia, el Estado había perdido los límites en la libertad de expresión.
La libertad de expresión no tiene más límites que los derechos de terceros, pero los derechos de terceros nunca son defendidos en nuestro Estado y la libertad de expresión dejó de tener límites.
El problema es que lo que se hizo una vez de manera heroica (digamos interrumpir el informe del Presidente), después pierde su peso histórico y se vuelve una simple rebelión de los rebeldes (casi) sin causa. Bloquear una calle tiene su mérito cuando nadie lo hace, pero bloquear la avenida más simbólica de la capital mexicana tiene el efecto inverso, y bloquear calles todos los días sólo genera repudio y ninguna ganancia política. Desnudarse como medida de protesta es útil una sola vez, después es bochornoso.
Cuando las protestas se vuelven el símbolo de lo indeseable no sólo pierden su eficacia, sino que además generan el efecto opuesto al que desean. Lo que antes podía remover a un funcionario, ahora lo refuerza. Lo perverso se esconde detrás de lo justo porque en el abuso del derecho de manifestación, o sea la resistencia civil a veces sin razón, hay quienes se manifiestan contra lo justo; y acciones injustas, inmorales o ilegales, pasan desapercibidas porque la sociedad termina por ignorar, y repudiar, cualquier manifestación sin importar sus causas ni sus fines.
Los manifestantes más radicales han obtenido lo opuesto de lo que buscaban y gracias a ellos, la sociedad se mueve hacia un estado más autoritario, corrupto, inmoral y vertical en las decisiones.

Roberto Remes Tello de Meneses

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