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domingo, 30 de septiembre de 2007

Hacia el liderazgo en la ciudad 3

Yo me pregunto si un gobierno que niega la participación de los opositores, que intenta desconocerla, puede ser un gobierno con liderazgo. La respuesta es por supuesto que no. Nadie va a lograr un consenso absoluto con los opositores, pero en la manera en que se impone y se da a respetar por sus posiciones diferenciadas, es que logra convertirse en un líder.
Lo que hizo Marcelo Ebrard con su anuncio sobre la propuesta de seguro de desempleo es sin duda un ejemplo de lo que no debe hacerse: tratar de negar la participación opositora borrando las imágenes en las que había un gesto de protesta. Por dos décadas, los presidentes han tenido que vivir con protestas durante el informe. Quizá al principio eran justificables por los pocos espacios de participación política opositora. Hoy son una verdadera monserga. Aún siendo de mi partido, puedo no compartir el que los diputados del PAN sacaran unas discretas pancartas contra Marcelo Ebrard, pero mucho menos comparto que éstas queden borrosas o pixeladas en un anuncio de televisión para exaltar la figura del Jefe de Gobierno (están aprovechando la ventanita que ofrece el hecho de que aún no se publique la reforma electoral que impedirá la promoción personal de los funcionarios).
Es cierto que hay que suavizar ciertas posturas, que uno tiene que conciliar, que un político no puede ser puritano todo el tiempo. No obstante, tampoco es posible rayar en un extremo de negar la existencia de la oposición, aún bajo el supuesto de que ésta tienda a abusar de su posición opositora.
Si el estadista, así sea el alcalde de una gran ciudad, no entiende cuándo tiene que ceder, cuándo la oposición tiene, si no la razón, al menos la libertad para protestar, entonces el gobernante no ha puesto por delante el ente gobernado. La condición de líder estadista implica reconocer todo lo que la oposición significa. Para bien y para mal.

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