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jueves, 17 de febrero de 2011

Víctor Hugo respira a través de los siglos

Por José Alberto Márquez Salazar
Colaborador Invitado

No debemos de descontextualizar: Francia y México son países, naciones hermanas, que mantiene una larga historia a favor de la libertad, igualdad y de la justicia. Los humores de un presidente europeo que antepone su visceralidad al interés de sus ciudadanos, no debe ser motivos de rupturas. Nicolás Sarkozy dejará el gobierno de Francia en el 2012; en el mismo año Felipe Calderón se retirará. Las naciones permanecerán y la justicia deberá seguirse aplicando.

El 20 junio de 1867, el gran Víctor Hugo, pidió a un hombre por otro: “… el 2 de diciembre de 1859, tomé la palabra en nombre de la democracia, y pedí a Estados Unidos la vida de John Brown. No la obtuve. Hoy pido a México la vida de Maximiliano. ¿La obtendré?”. No. No la obtuvo. Hugo reclamó que la República no asesinará a un Monarca pues en la salvación de Maximiliano estaba la victoria de esa República:

“¿Y el castigo?, preguntarán.

El castigo, helo aquí,

Maximiliano vivirá "por la gracia de la República".”

Zarkozy se ha equivocado. Las fotografías son evidentes: Florence Cassez, supuesto eje de la disputa, comiendo junto a su familia con Israel Vallarta, jefe de los Zodiacos, banda de secuestradores en México. Los testimonios en su contra son muchos; a su favor no hay pruebas.

Es cierto, no se puede confiar en la justicia mexicana así no más. En unos días Presunto Culpable, película verídica, reafirmará en la sociedad mexicana esa corrupción anidada en el órgano judicial. La corrupción se extiende más allá: jueces que ganan millones por hacer poco; sentencias controversiales en juicios públicos que no aceptaban contradicción (la guardería ABC, donde el ex titular del IMSS es hoy flamante dirigente del PAN y un gobernador priista, fueron exonerados). Pero eso es un tema que Nicolás, el descendiente de húngaros y hoy presidente de la República francesa, podría demostrar si tiene pruebas. No sería nada difícil comprobar que el proceso ha sido turbio si los defensores de Cassez tuvieran pruebas: no lo han hecho.

El genio de Nuestra Señora no pedía solamente por Maximiliano. Batallaba por la abolición de la pena de muerte. No era al monarca francés a quién defendía –cómo hacerlo él, consumado Republicano-, combatía en contra de esa abominación que nos lleva a decretar la muerte del otro. Un siglo y un año después, Truman Capote finalizó A sangre fría. Meses antes, tendido en su cama, deliraba por la pena de muerte ejecutado sobre los dos personajes centrales de su novela: el cómplice y el asesino de la querida familia Clutter. Capote los sabía culpables, pero sufría por la pena de muerte.

No hay pena de muerte; no ha evidencia de un proceso turbio en torno a la señora Cassez; no hay una monarquía frente a una República. Hay, simplemente una delincuente que ha sido juzgada por una institución mexicana; hay un presidente provocador y ególatra que busca la popularidad aún en contra de la justicia y de la ley; hay, también, una falta de pericia de Felipe Calderón (el fue el primero que puso en la mesa el debate de la señora Cassez cuando hace dos años Zarkozy vino aquí), hay una falta de cultura que ofende a la cultura misma, hay dos gabinetes jugado a poner en la balanza su fuerza y credibilidad ante el mundo y hay dos países con grandes problemas, con grades ausencias de estadistas que siguen esperando salir de la crisis.

Víctor Hugo perdió muchas batallas en su vida: la abolición de la pena de muerte y la salvación de algunos condenados fueron esenciales en su vida. Gano otras: Europa es hoy la comunidad que propuso ante el Parlamento francés mientras éste lo tildaba de loco.

Hoy, Calderón y Zarkozy hacen las veces del archidiácono, Claude Frollo, y utilizan a sus naciones, como si fueran Quasimodos, para raptar a la justicia.

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